LA PATRIA DE LUTO - MUERTE DE ENCARNACIÓN EZCURRA
LA PATRIA DE LUTO - MUERTE DE ENCARNACIÓN EZCURRA
El otro suceso, ocurrido el 20, es la muerte de Encarnación. Hace tiempo que está enferma, pero nadie creyó tan próximo su
fin. El jesuíta llamado para que la confesara la encontró en estado comatoso. Rosas la llora sin consuelo. Se encierra con el cadáver. Echa llave a la puerta y atranca el postigo. El hombre
recio, el gaucho viril, no quiere que lo vean llorar.
En todas las cartas habla de ella. A Berón de Astrada, ya su enemigo, aunque no declarado: "Esto es verdaderamente cruel,
pero así lo ha dispuesto su Divina Majestad, y aunque mi espíritu miserable no puede conformarse, mis sentimientos religiosos lo están, según es mi deber y los dispone nuestra sagrada Religión". A la viuda de Estanislao López escríbele palabras patéticas, de un dolor que impresiona. A Pacheco, "traspasado de
un dolor intenso", le dice: "Esa santa era la esencia de la virtud sublime y del valor sin ejemplo". No se ha quejado durante su enfermedad. "Su cadáver parece santificado", comenta, sin duda por no haberse corrompido, lo que se comprobará setenta y nueve años más tarde. "Era la digna compañera de mis cansados días; era mi fina esposa y amiga, y no puedo dispensarme de tributarle a cada instante un profundo respeto a sus virtudes y la gratitud con que la amaba desde los primeros años".
Le hace funerales fantásticos, nunca vistos, que él paga con su dinero, y que le cuestan cerca de treinta mil pesos. Ciento
ochenta misas. Los honores militares los ha decretado la Sala y no él. Durante su vida entera le hace decir misas, en Buenos Aires como en Southampton. Y levanta un templo en su honor, el de Nuestra Señora de Balvanera.
Quiere que todos la lloren y lleven luto por ella. Viste de negro a sus criados y bufones. El ejército se enluta con un velillo
negro alrededor del morrión o del quepi. El ataúd es llevado a pulso a San Francisco, donde será enterrado, en medio de una
calle de tropas a la izquierda y de eminentes federales a la derecha, que se turnan para sostenerlo. Y lo acompaña una multitud de veinticinco mil personas, formidable en la pequeña ciudad de sesenta mil.
En la noche siguiente, en casa del Restaurador, y sin que él intervenga, nace el cintillo federal. No basta con la divisa, que se lleva en la solapa. Los militares quieren llevar, sobre el luto del sombrero, la angosta cinta roja. Se labra un acta, que firman por los que no saben lo hacen otros- noventa y ocho jefes.
Pronto la usarán todos los militares y luego los ciudadanos. No es una marca de Rosas: es una espontánea afirmación de federalismo.
Los unitarios dirán que Rosas no amó a su mujer, que le negó un confesor, que no la acompañó ni un momento y que no la
hizo atender por un médico. El 12 de noviembre él le escribe a su médico, el doctor Lepper, agradeciéndole cuanto ha hecho por ella. Lepper -pesemos cada palabra de su respuesta- le dice: "Si
algo es capaz de templar de algún modo el acerbo dolor que ocasiona la muerte de la que más se quiere, es el recuerdo de no
haberse separado V.E. de su lado noche y día y haber sido constantemente su más cuidadoso enfermero, hasta presentar el doloroso lance de verla cerrar sus ojos en sus brazos". La calumnia inventa que Rosas, no queriendo que ella se confesara -se confesaba siempre, aunque no con mucha frecuencia-, para que no revelase sus crímenes, llamó al sacerdote cuando estaba muerta, y que, para simular la confesión, puso su brazo debajo de la cabeza del cadáver y la hizo mover. Esto lo habría contado Juanita Ezcurra, hermana de Encarnación; pero años después de la muerte de Rosas, cuando tenía entera libertad de hablar, solicitada por
un historiador para referirle con exactitud lo ocurrido, declaró ser absolutamente falso cuanto dijeron los enemigos de Rosas. Juan Manuel ha quedado solo. Encarnación fue la única persona que lo comprendió. Amó con pasión a su "compañero" y su amigo, calmó su fiereza y puso un poco de ternura en su vida. Le queda a Rosas, Manuelita, a la que adora. Pero Manuelita. por su juventud y su condición de hija, no podrá ser persona de
consejo para Juan Manuel. Con Encarnación, él ha perdido, sentimental y políticamente, un insubstituible tesoro. En los años trágicos que sobrevendrán, Encarnación hubiera aquietado y huma-
nizado la implacable, la tremenda justicia del dictador.
El día de la muerte de Encarnación ha ocurrido algo que, aunque aparentemente secundario, es de capital importancia. Reunión de la Sala. Apruébase una comunicación al Gobernador. Comienza diciendo ser notorio que él trabaja de noche, sin que nadie guarde su persona. Su casa "tiene todas las puertas abier-
tas" y su seguridad reposa en la confianza que inspira su proceder y en el aprecio y respeto de sus conciudadanos. Si no ha
hecho uso hasta aquí de la Guardia de Honor es "porque esto lo resiste su carácter eminentemente republicano y liberal", pero la Sala espera que, venciendo esa repugnancia, consienta en tener
custodia. Rosas contesta aceptando una guardia de seis hombres.
¿Qué "tirano" es este que aun de noche mantiene las entradas de su casa abiertas y sin guardias? ¿Y es éste el que se impone por el terror? ¿Y dónde está la famosa "cobardía" que le achacan
sus enemigos? Y ni siquiera tendrá a su lado por mucho tiempo a esos hombres. Como sabemos, el general Paz, que, meses más tarde va a verlo de noche, encuentra en la casa y en las inme-
diaciones una absoluta ausencia de guardias.
Manuel Gálvez / Vida de Don J M de Rosas / Ediciones Río de la Plata Tomo II
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Pero antes es necesario cerrar el cuadro del año de 1838 con dos sucesos a los cuales se les atribuyó por entonces preferente importancia: me refiero al fallecimiento de doña Encarnación Ezcurra
y al asesinato del general Alejandro Heredia. Al principio del tomo I de esta obra he presentado al lector esa dama de antigua estirpe y de nobles prendas personales, que, muy joven aún, unió su suerte a la de don Juan Manuel de Rozas, y participó de todos los azares y
peripecias de la vida de este hombre destinado a figurar después en primera línea en su país, alentándolo así en las iniciativas como en las horas de prueba con una fortaleza de espíritu y con una pru-
dencia singulares. Cualidades eran éstas que, en mujer de alcurnia y de su rango, bastaban para crearle cierta reputación de superioridad, tanto mejor cimentada cuanto que era notorio que su palabra
y sus consejos influyeron más de una vez en las decisiones de su esposo. Y sin nbargo, jamás hizo ella gala de esta influencia, ni pretendió que pesara tampoco. Quizá el mismo Rozas no comprendía hasta dónde llegaba esa influencia que doña Encarnación había
adquirido en su hogar, en la cual imperaba por sus respetos de madre tierna y amorosa y por su ascendiente de esposa sumisa y apegada en su retiro, sin que los incentivos tentadores del lujo y del deseo de brillar la llevaran fuera de la modestia en que vivía. Pero como doña Encarnación nutriera su inteligencia con buenas lecturas, y estuviera siempre al cabo del movimiento del país el hecho es que
Rozas se veía obligado a reconocer, sin embargo, que el gobernante casado puede en ciertas ocasiones apelar ante su mujer de los consejos del gabinete; porque lo que aquí admiten de plano la compla-
cencia, el positivismo egoísta, o el servilismo, en el hogar se resuelve
al calor del sentimiento que lo templa, y que no permite sacrificar jamás al gobernante porque entonces se sacrificaría al hombre.
Adolfo Saldías / Historia de la Confederación Argentina Tomo II / EUDEBA
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El retrato póstumo de la Heroína
Durante el preparativo del funeral de la primera dama en octubre de 1838, Pedro de Angelis propuso imprimir un convite a las ceremonias (imagen) con el agregado de su efigie, para ser entregado de manera
personalizada a lo más selecto de la sociedad federal. Por otra parte, y en sintonía con el luto oficial, se estamparon divisas con el retrato del caudillo con un
recuadro negro (imagen 80). Lucio V. Mansilla tuvo una relación de amistad y confianza con De Angelis y, tiempo después de Caseros, mantuvo con él un
encuentro en Montevideo. En esa oportunidad el napolitano se adjudicó haber tenido la idea de incluir el
retrato de Doña Encarnación en la invitación.
Carlos Vertanessian / Rosas el retrato imposible / Ediciones Reflejos del Plata
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Las posibilidades intelectuales que podemos desarrollar a raíz del peso histórico de obras monumentales que lograron interpretar con cierta veracidad histórica, fundamentadas y comprobadas por el análisis de documentos, nos permite en el presente, poder de hacernos con la idea de como Encarnación Ezcurra manejó -mucho más de lo que se ha divulgado- los hilos de la política que también tejió para su amado esposo, Juan Manuel de Rosas, durante sus primeros años en el poder.
Toda nación merece conocer de manera concreta su pasado. Es mucho el daño que se hace, a la salud espiritual de los pueblos, el ocultamiento de los hechos y de las personas que escribieron la base que los construyó como nación e identidad.
Si hacemos una encuesta de cuantos argentinos o americanos tienen algún conocimiento sobre las Ezcurra, Manuela Pedraza, Maria Remedios del Valle Rosas, etc, nos sorprendería encontrarnos con uno de los tantos males, de aquello en desconocer la propia identidad. El pueblo argentino la desconoce -casi en su mayoría- y los daños pueden que hoy estén a la vista.
Si recordamos, divulgamos y debatimos, quizás podamos contribuir a la mejora de esa salud espiritual tan dañada.. no esperemos, que el daño sea irreversible.
Encarnación Ezcurra y Arguibel merece ser fomentada, como la mujer más importante del siglo XIX en la América del Sur; sus políticas fueron -como socia de su marido- la base que el caudillo utilizó para sostener el territorio (todo lo que pudo), afianzar la república y desarrollar una idea de Nación. No es poco si unimos la historia, las causas de cada época y nuestra coyuntura.
Cuando las palabras brotan (en tiempos donde está devualada) y lanzamos un "Honor y Gloria a doña Encarnación" el pecho se infla de orgullo de sabernos en parte "hijos" de mujeres como ella, y sentimos una gran mochila. No brotan las palabras porque si. Nos sentimos en deuda con nuestro pasado y debemos tratar de formar y construir -de alguna manera- el futuro... de eso se trata.
Un 20 de octubre de 1838, el todopoderoso la llevó hacia sus filas, protegiéndola para siempre bajo sus alas.. un 20 de octubre del 2022 recordamos su nobleza, su legado y el respeto profundo por la obra que nos formó como pueblo. Con errores y virtudes de todo ser humano no santificamos, sino que reconocemos la obra de quienes merecen no pasar al olvido.
Ricardo Geraci.
Imágenes: Rosas, el retrato imposible. Carlos Vertanessian.
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